Por Mauricio Becerra / El Ciudadano

De a poco las transgénero dedicadas al comercio sexual han ido internalizando medidas de cuidado frente al SIDA

De a poco las transgénero dedicadas al comercio sexual han ido internalizando medidas de cuidado frente al SIDA. Luego de años de marginación, el trabajo de algunas pioneras activistas ha dado pequeños frutos. Claro que han debido chocar con prácticas de salud escondidas de las instituciones sanitarias, violencia policial y el miedo de una sociedad que no se saca el maquillaje de la discriminación.

Luego de estar por más de una hora haciéndose reflejos en el pelo, Javiera se delinea las cejas, se echa mucho mucha base de maquillaje en la cara y sombra color rosado en los ojos. Le falta aún encresparse las pestañas y echarse rouge en los labios para estar lista para iniciar una nueva jornada laboral.

De día Javiera es peluquera; de noche, trabajadora sexual. A sus 38 años conoce el oficio y esta noche debe pasar a buscar a Carola, Lulú y Mabel, con quienes comparte esquina en el parque Forestal de Santiago. Ya es de noche y suena su teléfono. La pantalla brama el nombre de Lulú y Javiera contesta.

– ¿Cómo estás? –le pregunta Lulú.

– Bonita –responde Javiera.


LA PRIMERA NOCHE

Javiera tiene 9 hermanos, los que debieron ser criados sólo por su mamá, quien se dio cuenta ya a sus 5 años que a su hijo no le iban los camiones de juguete. Claro que la sociedad santiaguina de aquellos años era más conservadora que la que hoy debate si se accede a una píldora abortiva en los consultorios. “No se hablaba de gay y menos de transgénero, sino que de colipatos”- recuerda.

A los 7 años decide decirle a su mamá “yo no soy hombre”. “Ya lo sabía”- le contestó ella. Siete años después decidió soltarse el cabello, claro que tuvo que irse del hogar. Su primera noche en la calle la pasó carreteando. “Me curé raja, lo pasé estupendo con todas las colas y me fui a acostar ya ni me acuerdo donde”- cuenta.

La segunda noche conoció una residencial regentada por una anciana en Estación Central, frente al Hogar de Cristo. Por mil pesos tenía pieza y un desayuno de sándwich ave mayo con café. Por años guardó todas las noches la luca de la entrada.

“Llegué vestida de cola cabro chico al cerro Santa Lucía y ahí me di cuenta que no era la única”- recuerda. Empezó a tener amistades, su traguito, su cigarro y, como muchas otras, se inició en el comercio sexual en las calles San Camilo con Santa Isabel. Claro que sus pasos no eran muy santos, menos montados sobre tacos que exhalaban deseo.

Pero había que ganarse el espacio. Las travestís más viejas corrían a las más jóvenes o se aprovechaban. “Se dan cuenta que una tira pa’ arriba y las más viejas van bajando”- reflexiona. Los clientes llegan en auto, moto, bicicleta o a pie, aunque los que más le gustan son los que jalan cocaína. “Te tratan bien y con la ‘falopa’  no se les para, no hay penetración, se dedican a la conversación, toman su copete y te van a dejar donde quieras”. Algunas noches se ha hecho hasta 200 mil pesos.

Pese al mito, el mejor horario no es la noche, sino el día. A la hora de oficina muchos ejecutivos sacian sus ocultos deseos en los moteles escondidos en el centro de Santiago. Aprovechan su hora de colación para un placer oculto: “Un cuerpo que tiene tetas y  pico es nuestra exclusividad”- sostiene.

En una ocasión un cliente brasileño la puso arriba del lavamanos en motel. Fue tanta la pasión que la plataforma se rompió, eyaculando litros de agua. No halló otra que secar el pasillo con la ropa del infortunado pagándose, eso sí, antes de partir.

Dice que nunca se ha enamorado de un cliente, pero tiene uno especial que la llama cada cierto tiempo, le deposita plata en su cuenta a veces y la cuida mucho. Pero Javiera hoy está enamorada de Antonio hace 2 años.

Javiera Villarreal


LA SILICONA DE LA DOCTORA DOLORES

La madrina de las travestís que laboran en San Camilo fue por años la Ilusión Marina, una transformista del mítico Blue Ballet, cuya casa por años fue el Hospital Travestí de la capital. Claudia Rodríguez, activista transexual, cuenta que hasta los ’90 las más viejas les enseñaban a tomar hormonas para modelar su figura. Un anticonceptivo, el  Etinilestradiol, tomado varias veces al día,  fue la receta para las travonas pobres que no podían viajar al extranjero a operarse.

“Es una bomba hormonal. Te sientes mareada, te da hambre, empiezas a engordar, te angustias sin motivo, lloras, te cambia, la piel, no te salen tantos pelos –cuenta Claudia –  Cada día me veía al espejo para ver los cambios, los que tardan, aunque al final  terminas siendo una bomba sexy”. “Los doctores no nos daban, pero no faltaba el químico farmacéutico que se vendía, le dábamos su platita y nos sacaba las hormonas del laboratorio”- recuerda Javiera.

Claudia de día confeccionaba artesanía y de noche por un tiempo ejerció el comercio sexual. Al tiempo llegó una nueva hormona inyectable que causó furor entre los tacos altos de Santiago. ‘Una al mes’, le llamaban. Era preferible inyectarse cada 30 días a estar tomando pastillas a diario.

En 1993 unas travestís argentinas dieron el dato que había una silicona que inflaba los pechos. La frenética búsqueda del abultado producto dio con que en Calama los mineros la usaban para limpiar las máquinas. Una botella de Coca Cola llena del líquido transparente costaba unos 200 mil pesos.

Javiera a los 18 años tuvo su primera de 3 operaciones. Luego de estar tomando por meses hormonas, se puso silicona en las nalgas, caderas y pechos. Se la proporcionó Mabel, una transgénero que hoy tiene 70 años, con una jeringa raquídea usada en mujeres embarazadas.

Pero la matrona travestí que parió más chicas a media vida fue la Dolores, una anciana de Vivaceta. Allí llegó un día Claudia, cuando quiso ir más allá de dejarse el pelo largo, teñírselo con blondon y pintarse las uñas. “Tení buena base guacha, vay a quedar con una regia teta. Si ‘soy’ travestí de verdad, tení que aguantar, no más”- le dijo a Claudia la partera.

La operación contemplaba una etapa previa a base de hormonas y el día de la operación se les pone un elástico que marca la figura del sostén. Luego la silicona se inyecta a través de una jeringa para caballos, que se pone al costado del pecho “si quieres que te queden redondas”; o un poco más debajo de la tetilla “si quieres que te cuelguen”- cuenta Claudia. Todo sin anestesia.

Después de unos 15 días en casa durmiendo de tal forma que no le apretasen los pechos,  Claudia salió feliz a lucir su nuevo par de tetas, cuyo costo fue de 400 mil pesos. Pero al tiempo, una noche desnuda y excitada frente a un cliente, le escucha decir “que chicas las tetitas”. Volvió donde la Dolores a repetir la operación otras 4 veces.

SALAS DE ESPERA

La primera transgénero que se operó fue Marcia Alejandra, una peluquera de Calama, a mediados de los ’70. Lo hizo con el doctor Guillermo Mac Milan, de Valparaíso, quien por décadas operó a quienes pudieran pagarle sus servicios. En todos los otros aspectos de salud, las transgénero no recurrían a los servicios públicos.

“Para ir a un hospital hay que levantarse a las 7 de la mañana para sacar número y las chicas, como trabajan de noche, no están dispuestas a esa hora”- cuenta Claudia. Y si es que iban, debían enfrentarse a una sala de espera repleta que los miraba asombrado cuando eran llamadas con nombres masculinos para ser atendidos.

También no había buen trato de parte del personal de salud. “Hasta mediados de los ’90 nos maltrataban. Las matronas retaban a las chicas cuando llegaban con sífilis y después del trabajo. ‘No te vamos a dar condones para que así no andes infectando’- les decían”- recuerda Claudia. La ignorancia era tan grande de parte de algunos galenos, que cuando “llegaban a atenderme se ponían guantes y mascarillas”- agrega Javiera.

Aún hoy en Chile el protocolo de donación de sangre en los hospitales públicos excluye a quienes se declaran homosexuales.

Claudia participando en la marcha gay del 2009 en Santiago de Chile

A LAS 11 VEINTE

Su primera experiencia con la policía la tuvo Javiera a los 8 años. Tuvo que ir a comprar pan, y pese a que su madre le había prohibido ir disfrazada de mujer “yo la dura voy y me pinto, salgo a comprar pan igual”- recuerda. Como le gritaban cosas, ella respondía, lo que llamó la atención de unos carabineros que la tomaron presa y tuvo que pasar un fin de semana entero en una comisaría junto a los detenidos adultos. Fue su primera de varias noches en el calabozo.

Ya dedicada al comercio sexual, Claudia muchas veces tuvo que subirse a los árboles arrancando de los policías. “Estabas trabajando de noche y llegaban los pacos y te decían ‘a las 11 veinte’. O sea, a esa hora debías tenerle 20 lucas. Si no las tenías te ibas presa y tenías que hacerle el favor al paco y pasar el fin de semana adentro”- cuenta.

El peor recuerdo lo tiene con los carabineros de la Segunda Comisaría de Santiago, quienes una noche amarraron su pelo largo a la parrilla de la moto, lo que no sólo le arrancó el pelo, sino que le desfiguró el rostro.

El 2002 la prensa roja contaba el caso de la Pilar, quien sería la transgénero número 23 asesinada en pocos años, cuyo cadáver fue encontrado en un canal de regadío. Por años estos crímenes quedaron impunes y aún hoy debe sufrir la persecución de nazis criollos, cuyas últimas incursiones se han producido en Viña del Mar y Valparaíso

NOS HACÍAMOS LAS LESAS

Pero ni los policías ni los nazis han diezmado tanto a la población trans de Santiago, como lo ha hecho el VIH. Desde que en 1984 se diagnosticara el primer caso de SIDA, la enfermedad se ha llevado a varios.

“Era común que se murieran de neumonía, porque como no recurrían a los servicios de salud, ni sabían que habían contraído el mal”- cuenta Fernando Muñoz, del Movimiento Unitario de Minorías Sexuales, MUMS. “La muerte no sólo era por el VIH, sino que más por las condiciones de trabajo: de noche, con alcohol, en la calle en pleno invierno con las defensas bajas era para una pulmonía. Súmale a eso que no había acceso a medicamentos”- agrega el activista.

Poco a poco el VIH fue comiéndose las defensas de una sociedad que negaba su  existencia. Si a principios de los ’90 se registraban 500 casos, el 2003 ya había 12.574 personas infectadas, de las cuales 3.860 ya habían muerto. Un año después, el cálculo decía que había 14.611 casos y otras 1.183 se sumaban a la lista de muertos. Entre 1990 y 2006 de los 5.710 muertos por SIDA, el 85% eran hombres.

“Nadie quería hablar del tema y menos sabían que se debía usar condones”- cuenta Claudia, quien participó de las primeras campañas de intervención en población travestí. “Yo lo escuché en la calle porque una compañera la tenía”- recuerda Javiera. Era Pepita, cuyo certificado de defunción fue por neumonía.

Ambas estiman que los ’90 fue la época de mayor contagio. “Hasta esa fecha, igual como nos poníamos silicona, cuando creíamos tener una ETS, bastaba una penicilina con benzatina para condilomas, estafilococos o gonorrea”- cuenta Javiera. A diferencia de Mahoma, las travestís no se acercaban a los hospitales y los hospitales tampoco querían saber mucho de ellas.

Así se fueron la Simay, Katy, Bárbara, Frutilla, Ambar, Amanda y un sinnúmero de amigas. Jaime Lorca, director de la ONG Asosida, recuerda que de 25 transgénero que conoció en la época murieron 17. La epidemia asoló por igual a la población gay de Santiago. En sólo 2 años murieron 16 de sus amigos.

A la falta de políticas de prevención se sumaba el estilo de vida de las trabajadoras sexuales, muchas dependientes de alcohol y drogas para poder trabajar. Fernando recuerda a la Bombón, una vieja travona , quien recomendaba que había que aperrar siendo entretenida. Decía que “una puta muy sobria es una lata”.

A dicha cultura se sumaba que en Chile no hubo acceso público a los retrovirales hasta el 2003, por lo que las escasas terapias que había eran sorteadas, se encargaban remedios al extranjero o se creaban bancos de estos. También hubo precarias listas de espera en los hospitales públicos, claro que tampoco ayudaba a las transgénero. En orden de preferencia para otorgar el medicamento estaban primero las mujeres embarazadas, seguidas de los padres con hijos, los heterosexuales, los homosexuales y finalmente los travestís. “Los ’colas’ a la cola”- sentencia Claudia. Hoy el 75% de los chilenos que necesitan la triterapia la reciben

EL SISTEMA NO REGALA NADA

Las primeras organizaciones de 0 positivos surgieron a mediados de los ’90. En 1991 Claudia se enteró por un reportaje en televisión que había una organización gay en Santiago. Se juntaban los sábados y fue a ver. “Allí me di cuenta de que yo era la más marginal de todas. Si he pasado por todo: era maricón, me creí homosexual, después fui gay con el discurso. Luego travestí, rótulo que cambie al tiempo por transgénero y al final transexual. Hoy soy mujer”- sentencia.

“Todos los cambios que he hecho he tenido que invertir en mi. El sistema no te acepta y menos te regala la silicona. Toda la transformación uno la hace con sus propios recursos y de manera marginal”- sostiene Claudia. Ahora debe hacer un proceso legal para cambiar su identidad de género cuyo costo son 1 millón de pesos. “Tengo que seguir gastando para adecuarme al sistema”- reclama.

Eso no impidió que llegara vestida de monja con taco alto a la Marcha de los Derechos Humanos de 1993, primer momento de visibilización gay en Chile. Claro que ella fue la única travestí. En 1995 fue el rostro de avanzada de las primeras campañas de prevención en población transgénero, las que aprovecharon la experiencia del sindicato de prostitutas Angela Lina, que había hecho años antes una intervención precoz con trabajadoras sexuales entre 1993 y 1995.

La primera reunión para organizarse fue en el MUMS, donde llegaron 6 travestís. Allí surgió la primera organización, Traveschile, la que tuvo que quitar el maquillaje de  negación de la sociedad. “Hasta 1998 existía la percepción de la imposibilidad de lograr un trabajo con la población transgénero, que era una probación muy compleja e inaccesible por lo violenta en el relato de los funcionarios públicos”- cuenta Fernando.

Las primeras medidas públicas son a fines de los ’90, pese a que Conasida existía desde hace ya casi una década. El primer estudio lo realiza el MUMS el 2002, el que concluye que dos tercios de los transgénero tenían entre 18 y 24 años.

NO HAY CONDONES PARA LA TELE

En el lanzamiento de una campaña de prevención centrada en el uso del condón el 2007, que ocupaba de símbolo la unión de los dedos índice y pulgar a la hora de hacer la foto no había condones, pese a que Miguel Araujo, quien realizó un estudio sobre estrategias de prevención de VIH concluyó que las más efectivas eran la promoción del condón masculino.

Los últimos datos disponibles, dan cuenta que el año 2007, Conasida entregó 1.252.624 condones en centros de salud; otros 70.600 a Gendarmería para ser dados a presos y sólo 22.136 a organizaciones de poblaciones expuestas, sean trabajadoras sexuales, transgéneros u organizaciones gays.

Pese a esto el trabajo con travestís de parte de las organizaciones sociales ha resultado efectivo. “Hoy las chicas están depiladas, si el cliente está sucio, lo mandas a lavar y si no quiere usar condón las chicas se niegan”- cuenta Javiera. “Uno aprende a detectar y reconocer las enfermedades”- agrega Claudia.

“Las prostitutas son expertas en ponerle el condón a sus clientes sin que se den cuenta”- sostiene por su parte Jaime, quien considera que las campañas más efectivas de prevención de VIH son talleres y mesas de información.

Pese a que este año descendieron los aportes para prevención en un 40%, respecto del 2008, ya que la prioridad del Ejecutivo está en otorgar tratamientos, las ONG’s siguen yendo a la calle. “En el papel la política frente al SIDA de Chile se ve bastante buena, pero una política que no tiene presupuesto es inútil de implementar”- cuenta Fernando.

Los datos del 2007 dan cuenta que el Estado chileno entregaba un 87.2% de los fondos destinados a prevención, siendo dados el 13% restante por el Fondo Global de la ONU. Estos montos eran destinados en un 75% a iniciativas focalizadas de Prevención.

Pese a que no hay estudios sobre la población travestí, una investigación reciente sobre prostitutas hecho en Valparaíso, da cuenta que el 79% de las mujeres encuestadas dice usar el condón masculino regularmente en sus relaciones sexuales, el 71% de las encuestados asiste regular y mensualmente a sus controles de salud.

Hoy en Chile hoy se notifican 5 personas 0 positivas al día y el 92% de la transmisión es por vía sexual,  en la cual 45% es declarada como homosexual  y  13% bisexual, según datos del Ministerio de Salud.

Pese a que la implementación de la cobertura universal de tratamiento bajó la tasa de mortalidad entre el 2003 y el 2005, a partir del 2006 la tasa tuvo una leve alza pasando de 2,4 a 2,6, lo que a juicio de Fernando es por “la falta de diagnostico a tiempo y la falta de notificación a muchas personas”. La tasa de SIDA en tanto, hoy se mantiene en un 3,0, registrándose un alza de 0,6 el 2007.

LAS SALIDAS A LA DISCRIMINACIÓN

Hace 5 años Claudia se presentó a la cadena Mc Donald’s por un aviso que vio que decía que contratarían a poblaciones discriminadas. La empresa recibió a ciegos y minusválidos, pero cuando Claudia llegó a la entrevista le dijeron que los travestís no cabían dentro de tal política.

“Cuesta salir del comercio sexual. Tienes que ahorrar en tu juventud para la vejez,  cuando ya no seas atractiva para los clientes. Eso llega como a los 50 y tienes que estar asegurada. Algunas viejas tienen su negocio o su puesto de papas fritas”- añade Claudia.

También hoy los espacios de prostitución se han diversificado. Es común ver avisos de ‘Scort’ o ‘TV’ (travestí) en Chat gays. “Hoy se da harto la prostitución amateur de estudiantes universitarios. Los que quedan en la calle son los más pobres y los que han tenido menos acceso a educación digital, lo que contribuye a profundizar la brecha”- sostiene Fernando.

Pero un puñado de transgénero ya están dando que hablar en la sociedad chilena. Algunas entran a estudiar, otras diversifican sus pegas. Es el caso de Felipe Gonzáles, concejal por Lampa, quien pese a ser reconocido transexual, fue reelecto en su periodo. Igual intento hizo la dirigente del Sindicato de travestís Afrodita de Valparaíso, quien en las municipales pasadas, pese a no ser electa, sacó 2.097 votos.

La pelea ahora está en que se les permita cambiar de identidad y no deban cargar con un nombre masculino en su carné de identidad. “Antes cuando ibas al Registro Civil, para sacarte la foto te decían ‘usted  es hombre, así que sáquese el maquillaje, los aros y tómese el pelo para la foto”- cuenta Claudia. Desde hace unos años no se les exige aquello y el 2008 se presentó un Proyecto de Ley de Identidad de Género en el Congreso, que se suma a otro de una Ley contra la Discriminación.

También han negociado con los profesionales de la salud el trato en los hospitales. Le han hecho talleres y hasta el momento han acordado que se los llame por ambos apellidos cuando estén en las salas de espera. Igual cosa han hecho con la policía, la que ahora sólo les pide su identificación. Desde hace más de un año que las organizaciones no reciben denuncias de discriminación por parte de carabineros.

Si bien no hay estadísticas oficiales que den cuenta de la prevalencia del SIDA en la población transgénero, los entrevistados coinciden en que por lo menos hay conciencia en el autocuidado y el uso del condón. “No queremos más y menos, sólo igualdad ante la sociedad”- recalca Javiera. En tanto, Claudia continúa con el trabajo junto sus pares diciéndoles que se cuiden, porque “para nosotras la salud es belleza”.

Mauricio Becerra R.

El Ciudadano