Hace unos días enfrentamos el terremoto más grande de los últimos tiempos, muchos/as de quienes vivimos en Santiago somos inmigrantes, procedemos del sur de Chile, por eso una de las primeras tareas posterremoto fue ubicar a nuestras familias, amigos/as y conocidos/as que se encontraban en las ciudades más afectadas. Pasados algunos días, luego del bombardeo noticioso que nos ha mostrado el desastre y sus detalles día y noche, es posible apreciar los discursos que se instalan y las acciones que les corresponden.
Lo primero que se puede observar es que se ha llenado de banderas chilenas. En Chile no sólo vivimos chilenos/as, nuestros compañeros/as peruanos/as, colombianos/as, incluso haitianos (que vivieron hace poco su propio remezón), entre otros/as, han venido en busca de mejores perspectivas laborales y vitales. Ellos/as también han sido afectados/as por el terremoto, las viviendas de adobe en los sectores del centro de Santiago también se han caído o han resultado gravemente afectadas. Por esto, cuando una avalancha de banderas nacionales se apropia del espacio físico y virtual, me pregunto si se nos viene una era nueva, con manifestaciones de un nacionalismo que puede ser tan ligero como sospechoso.
Por otro lado, el futuro Presidente ha estrenado nuevo logo de gobierno, ha rescatado la figura del escudo, el que contiene la frase “por la razón o la fuerza”. Pienso que uno de los peligros de resaltar nacionalismos es que nos convencemos de que tenemos “una” identidad, única e incuestionable, así como cierta idiosincrasia nacional, con características fijas e inamovibles, tal como se piensan las identidades individuales. Otro riesgo es también la pérdida de la memoria, peligro para un pueblo cuando se nos convoca a privilegiar las ideas de unidad por sobre la riqueza de las diferencias, diciéndonos frases como “país de unidad, todos somos chilenos, lo importante es trabajar para reconstruir este país, olvidemos nuestras diferencias y miremos adelante”. El peligro del nacionalismo es ocultar a quienes no pertenecen a esas mayorías, aquellos/as diferentes, los/as extranjeros/as, no sólo de nacionalidad, sino de identidad sexual, extranjeros/as de derechos, extranjeros/as de libertades.
El movimiento por los derechos de lesbianas, gays, transexuales y otros ha luchado permanentemente por reivindicar el derecho a la diferencia y ha exigido que primen la razón, la comprensión, el diálogo, el encuentro y la diversidad, por sobre la fuerza.
Quiero aprovechar de rendir un homenaje público a las víctimas del terremoto y maremoto, primero que todo a quienes partieron a causa de la negligencia de una sociedad que no se ha preparado integralmente para recibir este tipo de golpes de la naturaleza. La catástrofe ha dejado de manifiesto nuestro nivel de desarrollo, no podemos mentirnos luego de este desastre. Tenemos mucho por aprender.
Homenajear también a esa cantidad importante de organizaciones de la sociedad civil que perdieron sus casas, que muchas veces cobijaban, solidariamente, a más de una organización social. Las que no desaparecieron quedaron duramente dañadas, poniendo en riesgo este complejo año de trabajo; sin embargo, tenemos la esperanza de que la dignidad no se rinde y se levantarán esas casas y sus organizaciones, tal como se han levantado, durante todo este tiempo, las ideas, las reivindicaciones y los deseos de cambio de todas las diversidades organizadas.
* Por Angelicx Valderrama, presidenta de MUMS / La Nación