El texto “Historia de Chile” de los autores Sergio Villalobos, Osvaldo Silva y otros, usado como material de texto en los programas escolares, contiene descripciones acerca del pasado del territorio que al día de hoy ocupa el estado nación “Chile”. Las afirmaciones contenidas, no dejan lugar a dudas, respecto de la imagen representada mas arriba.
Por Leonardo Fernandez, Historiador.
Respecto de las bandas que poblaron en la antigüedad los autores apuntan, “Las bandas son pequeñas agrupaciones humanas que rara vez sobrepasan los treinta individuos: generalmente se reducen a solo dos o tres familias nucleares, es decir padre, madre e hijos”. Parece curioso por decir lo menos, que estos autores hayan calculado el numero de individuos y el tipo de familia en torno a la cual se organizaban las bandas de cazadores recolectores. Ciertamente, esa información no es posible extraerla desde el dato arqueológico. Lo que el historiador hace, es ver el tipo de familia que le es mas conocida aceptable y “lógica” para naturalizarla a través del texto histórico. En este sentido, cabe señalar, que es poco probable que los autores hayan desconocido que los seres humanos, en la actualidad, se organizan en algo mas que familias nucleares, pues solo falta que les asignen nombres para que sea la “sagrada familia”.
Es cosa sabida que el interés del estado sus instituciones y funcionarios, es perpetuar es estatus de poder en el cual se encuentran. Los procesos ideológicos de naturalización, de las prácticas económicas, de poder y dominación, son impresos y perpetuados en la mente de las personas en la más temprana infancia. El interés del estado por la educación pública obligatoria, también obedece a este propósito. Uniformación del discurso histórico, de modo que sirva de sustento justificador, naturalizante del estado de las cosas.
Continuando con el texto de historia, los autores señalan “socialmente eran igualitarias. Solo tenían diferencias de estatus o posición dentro del grupo… la caza constituía una actividad masculina al igual que la pesca” nuevamente, como es posible que a tanta distancia temporal los historiadores puedan afirmar que los hombres cazaban y las mujeres cocinaban, que existía una diferencia de estatus entre el hombre y la mujer, pero que tenían iguales derechos. Sólo distintas funciones dentro del grupo y que una eran mas valoradas que otras.
La audacia de estos historiadores les lleva a afirmar que “La bandas probablemente practicaban el infanticidio como una medida artificial para limitar la población, sometida permanentemente a presiones demográficas que encierra aquel sistema económico. Las mujeres, consideradas una carga en las sociedades cazadoras, eran las principales victimas. Este hecho, unido a las escasas expectativas de vida -no mas de veinticinco años- y alto índice de mortalidad tanto infantil como adulta, señala porque las bandas nunca fueron numerosas”. Con el desarrollo de la agricultura “implico profundas alteraciones e impuso graves obligaciones. Las actividades agrícolas demandan gran cantidad de brazos y los sembrados deben protegerse, permanentemente tanto de animales como de hombres. Hubo necesidad de establecer una polarización del trabajo: a las mujeres les correspondió arar, sembrar y cosechar en tanto que la guerra y la caza continuaron siendo tareas masculinas”.
Afirmar que en casos de presiones demográficas se elimina a las mujeres, es estar mirando los estudios que los antropólogos han hecho en China, pero de China a un supuesto pasado chileno hay una gran distancia. La implicancia de género de estas afirmaciones es de la mayor importancia, en tanto es ideología fundante. Ahora bien, como concilian una alta mortalidad infantil y adulta, bajas expectativas de vida, con la eliminación de las mujeres. Los historiadores al parecer no ven que la supuesta alta taza de mortalidad infantil y adulta también implica la mortalidad materno infantil. No, en el texto, se deja entrever primero, que las mujeres parían mucho y al parecer eran eficientes en esta tarea, por tanto eran bocas inútiles que alimentar.
En el planteamiento básico de los autores, las bandas habrían estado constituidas por no más de treinta individuos, con tres familias nucleares, diez individuos por familia. Un padre, una madre y ocho hijos, de edades discontinuas dado el alto índice de mortalidad infantil. Analicemos esto. Una mujer puede tener un hijo al año en condiciones óptimas de salud reproductiva. Si es posible considerar que se incorporan al ciclo reproductivo a los doce años, a los veinticinco años podrían tener un máximo de trece partos. Con una mortalidad infantil de cómo mínimo 50%, antes de los diez años y una distribución por sexos también del 50%, tendríamos que sobrevivirían tres mujeres en un proceso de crecimiento vegetativo óptimo. Todo esto sin considerar la mortalidad materno infantil en el parto y ausencia de enfermedades en los adultos. En el esquema que plantean los autores no podría haber prosperado la humanidad con el modelo de familia nuclear.
Este breve análisis no ha considerado la función del hombre que, por implicancia tiene un mayor estatus que la mujer, además del poder para decidir quien vive o quien muere. El “hombre” en el texto tiene un poder simbólico y económico, que acapara todos los atributos simbólicos positivos, en tanto es ubicado en el vértice de la “familia” como proveedor y protector.
El historiador institucionalizado, hace una lectura del pasado con los ojos del presente. Toda la estructura discursiva es sustentada a partir de los prejuicios de su época, extendiendo estos, hacia en pasado remoto. El dato arqueológico y antropológico base de la sustentación argumentativa de los historiadores, a su vez es construido sobre un débil supuesto de la “verdad” científica, tributaria también de los prejuicios, fluctuaciones del poder y cosmovisión contemporánea a ellos.
La sospecha no ha de enfocarse sólo hacia el trabajo del historiador, también hacia las bases argumentativas, la ciencia.
Los Arqueólogos
La arqueología se constituye como “ciencia” constructora de verdades, a inicios del siglo XX. Es a partir del estudio de los vestigios culturales del mundo antiguo de donde se desprenderán las bases metodológicas que la articulan. Esta disciplina descansa sobre dos columnas paradigmáticas, el horizonte cultural y el sitio arqueológico. El primero dice relación con la profundidad y otro con la horizontalidad. Así mientras mas abajo se excave se encontraran objetos, artefactos o vestigios culturales mas antiguos. A mayor profundidad mayor antigüedad. El deposito y sedimentación de una capa sobre otra, hablara de ocupaciones sucesivas en el tiempo. Los que primero llegaron, dejaron restos orgánicos o culturales y serán los mas antiguos. Sobre los primeros estarán los segundos y así sucesivamente. Este proceso supone una horizontalidad. Todo lo que se encuentre en el mismo nivel, en distintos lugares tendrá la misma antigüedad, variando las características artefactuales y culturales propias de un área o grupo ocupacional.
Como segundo elemento, el paradigma de sitio (actualmente se encuentra cuestionado), dice relación con el área y características del grupo ocupacional en el horizonte del sitio. Todos los elementos culturales que se encuentren en un mismo horizonte y área corresponderán a una misma cultura. Así, cuando se estudia un petroglifo (piedras marcadas) esta será adjudicada según sean los restos materiales asociados inmediatamente al sitio o lugar estudiado. Cuando ocurre que una pieza se encuentra en un lugar ajeno a un sitio arqueológico, una casa, en la calle, entonces esta pieza estará descontextualizada si en ella nada hay que permita interpretarla. También la arqueología se sirve de otras ciencias en los trabajos de datación e interpretación de los vestigios, cuando se encuentra imposibilitada de hacerlo por diversas circunstancias.
Metodológicamente la arqueología cumple con las convenciones establecidas por la comunidad de científicos para validar sus afirmaciones o hallazgos. Los problemas comienzan en cuanto a los contextos culturales regionales, sus delimitaciones y adscripciones. Como la ciencia y la arqueología constituyen en su origen, métodos y teorías para explicar el pasado europeo, esta no funciona idealmente en otros lugares del planeta. En el contexto arqueológico europeo, se habla de edad de piedra, de bronce etc, todas secuencias que no se ajustan, por ejemplo al contexto americano. Validamente los arqueólogos americanos se preguntaron, ¿cuando ocurrió la edad de piedra en América?, ¿cuando fue la edad de bronce?. Entonces para la arqueología americana, corresponde una delimitación distinta. Paleoindio, arcaico, formativo, alfarero, agroalfarero, contacto. Antigüedad y presencia del ser humano en el continente es un tema en permanente cambio. Mientras los arqueólogos del hemisferio norte indican que la presencia del ser humano en América constituido en bandas, data de alrededor de 12.000 años, cuando cruzaron el estrecho de Bering desde el norte hacia el sur, proveniente del continente asiático. En tanto que el sitio arqueológico “Monte Verde” en Puerto Montt tiene una datación de 34.000 años, esta es una diferencia no menor. El margen de error en la interpretación de los sitios arqueológicos, de estas bandas de “familias nucleares” que “mataban a las niñas”, donde “las mujeres cocinaban y los hombre cazaban”, es de cómo mínimo 22.000 años.
Cuando arqueólogos e historiadores realizan afirmaciones a partir de un pequeño vestigio lítico (piedras) y elementos oseos (huesos), fogones o semillas, que tienen una antigüedad probable de 34.000 años, señalando que eran comunidades de cazadores recolectores, bien pueden estar en lo cierto. Pero no es posible afirmar que los hombres “cazaban” y las mujeres “cocinaban”. La distribución de roles por genero, opera como un prejuicio cuándo se usa en este sentido, es extender las concepciones patriarcales y machistas hacia el pasado remoto. Nada existe en el vestigio arqueológico que permita construir semejantes aseveraciones.
Lo que hacen los arqueólogos, es “suponer”, que esto podría ser así, en función de las investigaciones de los antropólogos, que estudian comunidades “primitivas” vivas. Realizar esta operación de parte de la arqueología, hace tambalear su edificio metodológico de horizontes culturales y paradigma del sitio. En esta situación se conjetura la posibilidad de existencia de grupos humanos que en nada hayan cambiado en más de treinta mil años. La posibilidad de estudiar comunidades de personas que se encuentren en estado primigenio e invariable, donde las diferencias por género y roles sean similares a las que nuestra sociedad considera parte del estado “natural” de la humanidad, es un ejercicio no menos engañoso, lleno de prejuicios, silencios y ocultamiento de información.
En sus investigaciones antropológicas en melanesia Margared Meed, estudio tres grupos humanos, los arapesh, la gran mayoría de sus individuos presenta un temperamento pasivo y amable. Así se educa a los niños, formando una especie de gran familia en la que los intereses ajenos se ponen por delante de los propios por norma general, con lo cual existe una gran unidad entre todos ellos, pero poca operatividad y poco espacio para la creatividad y el progreso individuales. El temperamento arapesh es el mismo en los dos sexos y, aunque las tareas masculinas y femeninas están delimitadas, todos presentan las mismas características en cuanto a reacciones y modos de actuar. Sus relaciones sexuales son descritas por la antropóloga como plácidas y sin sobresaltos. Los individuos de cualquier sexo que por temperamento presentan un nivel más alto de agresividad tienen dificultades para adaptarse a esta sociedad, describiéndose en el estudio cómo reaccionan los demás individuos a su inadaptación.
El segundo grupo los mundugumor son extremadamente agresivos. Desde su nacimiento son educados en el rechazo y la violencia. Los padres están muy unidos a las hijas y los hijos a las madres, aunque este tipo de alianzas nacen de la conveniencia en un sistema que establece que se pueden tener tantas esposas como hermanas o hijas se puedan intercambiar por aquellas. Padres e hijos varones compiten por la libre disposición de sus parientes femeninos, los cuales, curiosamente, son los que eligen a sus parejas, también según las normas establecidas. Sus relaciones sexuales son apremiantes y violentas, basándose en un abundante intercambio de agresiones, antes, durante y después del coito.
La tercera tribu, los tchambuli es la que más complejidades presenta a nivel jerárquico. Hombres y mujeres viven separados en grupos y en casas diferentes. Mientras que las mujeres se ocupan de la administración económica y del trabajo, los hombres dedican la mayor parte del tiempo a adornarse y acicalarse y a tareas puramente artísticas. Teóricamente, es el hombre quien manda. En la práctica, las mujeres, rapadas y desinteresadas en cualquier tipo de embellecimiento de sus cuerpos, mantienen fuertes lazos de complicidad a la vez que se erigen en el único apoyo emocional de los hombres. Entre ellos, inseguros y neuróticos porque nunca quedan claros ni su verdadera función ni su lugar, son frecuentes las disputas, las afrentas y los malentendidos.
En la exposición de las conclusiones de su estudio, la antropóloga cuestiona, después de haber estudiado a fondo los comportamientos de sociedades claramente organizadas, la tajante diferenciación de los roles de género en la nuestra. Nuestra sociedad concentra en los roles masculino y femenino una serie de atributos y comportamientos que pretende «naturales» y atribuibles a la biología. Según la óptica de la antropóloga, tales creencias son, como mínimo, discutibles, si nos remitimos a su estudio. Estos trabajos, entre otros, establecieron unas bases para que otros teóricos, hombres y mujeres, cuestionaran el lugar de cada género en la sociedad occidental y la situación de clara desventaja -cuándo no de opresión a la que están sometidas ellas a todos los niveles.
Margaret Mead abrió las puertas a la teoria queer, mal llamada el nuevo feminismo, que aboga por la abolición drástica de las diferencias en el tratamiento social de los géneros y por la unificación de hombres y mujeres en un único modelo: el ser humano.