No hay duda que la movilización social es una herramienta fundamental de las colectividades políticas. Lamentablemente en Chile la élite política le teme a la gente, ya se olvidaron de sus días gloriosos llamando a protestar, llamando a la calle. Ahora prefieren el café y las galletas en casa de algún representante del poder económico. Junto al temor a la movilización anidado en la élite, tenemos el mal uso de la movilización, aquel que la desvirtúa de su convocatoria legitima y la lleva por caminos oscuros, entre ellos el populismo o la violencia sin sentido.
La movilización es la expresión concreta por una causa, por una demanda específica “Patagonia Sin Represas” , “Fin al Lucro en la Educación”, “No al Alto Maipo” por citar algunas más recientes. Nosotros desde la diversidad sexual llamamos a un “Chile Sin Discriminación” o “Derechos Plenos” para recordar algunas de las consignas que han encabezado las marchas. Soy parte del grupo de “locas” que se atrevió a marchar en el ’97 en la “Marcha de los Paraguas”, el ’99 en la Marcha de los Colores para llegar a la primera gran Marcha de la “Patria gay” el 2000, todas estas movilizaciones tenían algo épico, era marchar contra la corriente, contra la derecha y también contra la Concertación que se escondía en los Ministerios sin dar respuestas, contra la izquierda temerosa de asumir el tema, salvo la figura siempre lúcida de Gladys Marin.
Lo curioso del tema es que al iniciar las movilizaciones fueron las propias voces del mundillo gay quienes reclamaron, las tildaban de “poco serias”, “mala imagen entre otras cosas”, todo por mostrar al mundo trans y borrar esa cara machista y masculina que los autodenominados representantes del mundo político gay querían imponer. Pero a pesar de ello las Marchas se impusieron y los criticones se sumaron y empezaron a buscar provecho en ellas. Así Rolando Jiménez y sus secuaces llegan a la Marcha por la igualdad hace tres años de la mano de la naciente Fundación Iguales, alianza que duró poco, muy poco.
Lo lamentable de esta llegada es que desvirtuó el trabajo de años, de las Marchas con acento en la movilización, en las demandas concretas de una ley contra la discriminación y el respeto a los derechos, de pequeños actos pasamos a tener eventos de cierre, grandes escenarios y parrillas de luces, mucha silicona, personajes de farándula, incluida Kel Calderón y su pololo musculin. Pasamos de tener a los programas de reportajes como Informe Especial, Contacto o En La Mira en los actos de cierre, al SQP, Intrusos y similares, es decir, nos fuimos desperfilando, el objetivo de una movilización comunitaria se desvaneció, ya no importa el por qué se marcha, lo que importa es quién toca al final.
Hay que decir que MUMS y Accióngay, organizadores de la marcha de septiembre, la histórica Marcha del Orgullo hace 16 años, también cayeron en la tentación y su última marcha anduvo en la misma senda peligrosa. Pero hubo reflexión, hubo autocrítica y ahora se prepara una con más contenido, desmarcada de la farándula, más marcha y menos show. Esa es la idea, esperemos que la intención se transforme en realidad.
Cabe decir también que acá también tenemos el abuso sobre los vecinos de Santiago, en tanto un recurso que debe ser excepcional como es un evento con infraestructura se transforma en algo recurrente, redundante y populachero que malogra la buena convivencia entre las movilizaciones y los vecinos. En lo personal, no comparto que una organización de cualquier tipo utilice el recurso del show en forma permanente, para eso mejor pongan una productora. Apoyaré con firmeza el derecho a manifestar, pero si hay que marcar la diferencia con protagonismo mediático.
Finalmente tengo que decir, que los que tocan el pandero del populismo en la calle son los mismos que en el Congreso apoyan leyes mediocres como la Ley 20.609 (Ley antidiscriminatoria), que transforman la agonía de un joven en un acto mediático y que luego aplauden las migajas de un gobierno de empresarios.