Por Claudia Rodríguez
!!Algo le pedí a dios!!…
La segunda vez que me puse silicona, hable con la misma “opereta” que me las puso la primera vez. Antes, me había inyectado medio litro del espeso producto traído del norte, en cada teta; unos quince pinchazos, a cinco centímetros por debajo del pezón gordito, abultados por bombas de hormonas, tragadas, insistentemente, por una chorrera de años antes.
Esta cirugía, la de la instalación de tetas travestís, es como un ritual de los que se practicaron antes de la civilización, por los chamanes cavernícolas e innombrables, mas australes que una se puede imaginar, por allá por los años en los que aun no existía ni la numeración, ni los pudores, ni tampoco la anestesia. Civilizaciones con otras lógicas.
Lo que había pasado, era que con el tiempo, la turgencia del primer pecho se perdió. Al principio, el aceite espeso, recién ingresado a la piel, concentrado, se acumulo hermosamente por la resistencia de la carne al extraño fluido, pero con el paso del tiempo, esa resistencia, ese bello abultamiento en los senos brillosos, quedo, claro, que fue por una reacción inflamatoria de resistencia de mi sistema inmunológico, provocada en los tejidos invadidos y tirantes, que imperceptiblemente, día a día, el mismo organismo fue controlando con naturalidad. Con tanta naturalidad que una noche, cuando me encontré desnuda y excitada frente a un hombre, este exclamo sin ninguna sutileza: «que chicas las tetitas»… desde ese momento me vi en la necesidad de volver a contactarme con «la Dolores».
«La Dolores», así la llamaban todas las travestís importantes y conocidas o que se preciaran de serlo, que se habían hecho el cuerpo con ella. Después descubrías porqué el nombre. Y es que el ritual de la entrada del espeso aceite en la carne, era tan sufrible y grotesco como los rituales ejercidos por los salvajes sobre la carne viva. Su mano en la piel y su voz dura en el proceso…»tení buena base guacha, vay a quedar con una regia teta»…»si soy travesti de verdad, tení que aguantar», porque según su lógica, dada la imposibilidad de usar anestesia por los riesgos que involucra, es lo que constituye la marcas del paso de lo que no se es, a las de un ser real. El dolor de la entrada de la aguja en la piel, esa aguja gruesa usada para inyectar a los caballos, y el sonido ciego que perfora la carne, todos esos detalles y otros te hacen recordarla con ese nombre y con ese sentimiento de ardor y angustia, a la “opereta”, como si recordaras una violación. Con el tiempo niegas que pasó, apartas los detalles que se enquista y haces como que te olvidas, pero nunca logras dejarlos atrás. ¡! Si eres una verdadera transexual, vuelves a la Dolores!¡
Después de la segunda postura, hubo cinco veces más en las que me volví a encontrar con ella y termino por arreglarme las tetas y las caderas. Después de un tiempo terminamos siendo amigas por que la recomendé, como se hace cuando un maestro carpintero te hace un buen trabajo, a otras amigas, que lograron sus cuerpos y fueran como yo, una travesti de verdad.
Tengo el pelo rubio, casi blanco y largo, delgado y quemado. Muerto, como pelo de choclo, como bien dirían las que no me conocen de cerca. La mayoría de las veces pasan más semanas de las recomendables para teñir las raíces. La mayoría de las veces, las raíces de mi pelo crecido se notan tan negras que me delatan cuando camino por el centro de santiago. Los matices de colores claros de mi maquillaje, de mis labios y de mis ojos, se rompen abruptamente por la línea negra que atraviesa desde mi frente hasta la nuca y los hombres dejan de mirarme con admiración y cierto respeto, y comienzan directamente a mirarme con un burlesco deseo de someterme, paseando sus lenguas por sus bocas resecas, íntimamente temerosos, mientras intentan que una los mire a los ojos para subordinarme a su sequedad.
Es cierto, he comprobado la hipótesis de que la línea negra sobre el rubio «onceuno de tinturas para el pelo color europeo”, me delata indiscutiblemente ante el agudo ojo del cliente chileno. Los jóvenes al caminar despreocupadamente por el centro de santiago, hacen gestos desaprobando la seducción que ejerzo sobre ellos, porque la línea de mis raíces significa más que la línea de mi insubordinación, sino más aun, la de sus deseos. También son sus ganas de traspasar mis líneas, de juguetear con las líneas de mi cuerpo.
Mi color preferido es el tono onceuno de tintura de pelo. Cuando me la pongo y armo el ritual del pelo, después del decoloramiento, echándome variedad de cremas de masaje, que mezclo para disimular lo muerto de la cutícula capilar, como dicen en la tele, y lo vuelvo a revivir lentamente con el secador, y cubro totalmente con aceite de silicona capilar, y lo enrosco en un moño por horas, para que al soltarlo quede voluminoso y ondulado como recuerdo que le quedaba a mi vieja cuando era joven. Ella tenia el pelo oscuro y largo como la Sofía Loren, pero yo lo tengo rubio y largo como la Pamela Andersson. Me gusta peinarme como la Pamela Andersson. Me gusta imitar su maquillaje. A veces cuando estoy llena de energía busco fotos de ella y fijo mi atención durante horas en el delineado de sus cejas, ojos y labios. Ella tiene toda su cara delineada con láser, por eso sus cejas son tan perfectas, porque debe tener todo pigmentado con láser. Su rostro debe ser el resultado de las últimas tecnologías de belleza porque esos rasgos fijos de juventud nunca se van. Ella no debe tener los problemas que tengo yo al despertar. Ella debe abrir los ojos, cepillarse los dientes con un cepillo eléctrico, para salir al balcón y ser fotografiada por reporteros privilegiados ante tanta divinidad.
Mi cuerpo es como fue el cuerpo de mi madre, curvilíneo, pero en mí, de tonos claros. Ella es de piel clara como mi abuela que ya murió, pero con una cabellera bultosa y negra azabache. Mi abuela y mi abuelo eran de mezcla indígena y española. Solo llegue a conocer a mi abuela que vivió en un pueblito pequeño que nadie conoce, muy cerca de Valdivia. En fotos de mi bautizo que ya son reliquia, sale mi abuela y mi mamá, y ella, mi vieja, se parece a la Sofía Loren a pesar de que nunca la vio en el cine, solo la vio en las películas de la tele. A ella también le hubiera gustado ser actriz o modelo. Ella en su juventud hacia que los hombres se dieran vuelta a mirarla porque era como un guitarrón, voluptuosa y romántica como las mujeres del cine antiguo. Y después de tantos años, después de un montón de operaciones terminé pareciéndome a ella, todo lo opuesto a mi hermana que me critica el ser tan vistosa. Ella me dice «me carga que todo el mundo te mire…a mi nunca me ha gusta que los hombres me miren… yo quiero ser invisible». Ella es de piel clara y rosada, suave, natural porque no usa nada de maquillaje. A su manera, tiene una forma de ser bella, mucho mas bella que yo e incluso que la Pamela Andersson, y mi mamá mas bella de lo que fue la Sofía Loren en sus tiempos.
Mi cuerpo es como un guitarrón y cuando estoy recién teñida, ondulada, maquillada al estilo Pamela, con tacos altos, ropa ajustada y vestida de colores claros, parezco una actriz de cine, una modelo, una aparición. Si, desde lo más profundo de mi corazón, mi esperanza es parecer como una especie de ángel o una Ada clara, con alas transparentes, frágiles. Hacer que a los hombres les de la impresión de que una, es una aparición en la noche, de segundos. Que una es un accidente frente a ellos. Que una está a punto de desaparecer y que nunca más volverán a verme. Por que una es una aparición sobrenatural, más que el cine, más que la tele.
Soy llamativa como dice mi hermana y no paso desapercibida. Así, con este nivel de producción los hombres se vuelven amables y caballeros.. . «Contigo, Claudia, yo soy el hombre mas feliz del mundo»…»eres mejor que cualquier rubia de la tele y lo mejor es que estas a mi lado»…No es solo uno el que te lo dice, son tantos que pierdes la cuenta. Y de noche son mas, sobre todo los jóvenes que de día no se atreven ni siquiera a desviar el ojo por ti, porque presienten cierto peligro, porque una pudiera despertar algo incontrolable que llevan dentro, tan dentro que llega a ser mas monstruoso que mi historia, que la historia de mi cuerpo, que la historia de mi pelo que de tanta tintura esta muerto, o mas monstruoso que la entrada y salida de silicona y agujas de mi piel… mas monstruosa que mi tolerancia al dolor.
Ellos dicen; «Tu pelo es tan claro que me gustaría tenerlo en mi cuerpo… esparcido en mi cuerpo, contigo»… y lo trágico es que una comienza a dudar. Una rápidamente comienza a encontrar la posibilidad que todo pueda a tomar otra lógica. Que la vida comienza a tomar sentido. Que los pinchazos de silicona, los años de tintura onceuno, los mismos años desenredando el pelo de choclo, la añorada operación de readecuación sexual, la primera impresión que te queda entre las piernas, las curaciones, la cicatrización y los años de harmonización van a cumplir su objetivo y te van a llevar a conocer a ese hombre que mereces, al príncipe de las historias azules sin fin.
Por un instante, como en las películas modernas de la Sofía Loren, el drama de la guerra terminó, y ella después de años, ajada y menos turgente, creyendo que él había muerto, al acabar las bombas, el soldado vuelve y la encuentra a ella sin esperanza, sin la alegría con la que la conoció, pero con solo verlo, él herido, incompleto, doloroso, la reencontraba y vuelve por que el amor es el destino. Porque el amor esta escrito con letra sagrada -la gente repite esto millones de veces a media voz durante el día, por que es necesario creerlo, es necesario repetirlo para que se vuelva realidad, creer para levantarse en las mañanas y no dejarse morir seca arrinconada en una cama oscura…»Claudia, tu pelo y tu carita de mantequilla”… para no decir que es tu culo y las tetas lo que hacen que se acerquen…. te pagan un trago, y así una les permite sentarse al lado del perfumado cuerpo, logrado después de horas de minuciosos cuidados para suavizarlo y volverlo adorable, deseable, irresistible.
Y una les cree, y una siente lo mismo que siente la Sofía, con el reencuentro del soldado cojo. Que era su destino inevitable. Y sientes que los diezmil sentidos de tu ser, coinciden en que él es tu historia. Tu pasado y tu futuro. Una quiere creer. Necesita dejar de sospechar que puede haber una trampa, una jugarreta de los mandrágoras o mas bien de las gárgolas, que después de una tormenta furiosa, volando por los cielos, te mean felices desde el hocico carcajeando la risa de la dolores, mientras te mete, infeliz la espesa silicona para que seas una travesti de verdad…La cara de ellos, al decir cada palabra que quieres oír, se vuelve tan real que dejas de hilar la verdad de lo que ya sabias. Una sabe que los que te miran de reojo, cuando te ven pasar, arrastran una sombra que sabes leer. Sabes leer las sombras y oler a los monstruos… Ellos te besan pero no te besan a ti. Lo vas descubriendo de a poco, como descubres el ardor del primer toque de la mano de la Dolores. La mano es fría y una insiste que sus besos no. El detalle del gárgola que se oculta en esa cara de soldado que regresa de la guerra, te adormece, cuando creíste que le interesó el color onceuno de tu tintura, en el brillo de la silicona capilar que fue a dar con algún rayo de luz que a él le permitió recordar que desde antes ya nos conocíamos en la otra vida, o que siempre nos conocimos, y que era a mi a quien siempre buscó, y crees e inesperadamente sientes el lancetazo bajo el pezón, de la aguja de la dolores, porque comienzas a ver que en realidad no hay trampa y que siempre lo viste, siempre supiste que el era un gárgola. Aunque no llovía y no vomitaba, te haría pagar la falta de tormentas o soles que un día, antes de conocerte, de alguna manera lo marcaron para ser un armatoste de cemento, una escultura de Nepal.
Sus besos, no fueron para ti, eran de un gárgola resentido, que besaba a otra mujer o a otro hombre, con un nombre tan fuerte como el olor espeso de la silicona que se usa para armar los cuerpos de las verdaderas travestis. Con el mismo dolor. El gárgola nunca te amo, pero una no quiere creerlo…Una se juega la vida en creer que la vida de una si es la película de la Sofía. Y te das cuenta que tienes la lanceta atravesada por todas partes, por los diezmil sentidos de tu vida, de tu cuerpo, de tu ano justo en el momento que te pregunta si «te gusta?»… y sientes esa pregunta como la primera vez sentiste la mano y la voz de la dolores. Eso te lo pregunta por que nunca le importaste, y te das cuenta que manda a la mierda tu carita de ángel o de mantequilla y que únicamente fue él quién importó. Que siempre fue su necesidad de vomitar, que movió los hilos del juego. Su necesidad de usar como puchimbool a alguien para hacerle pagar, los besos y caricias que otro amor le negó. Los besos que mal dio, finalmente, desataron al monstruo salido de su sombra para hacer pagar el desamor que lo convirtió malditamente en un gárgola y se lo haría pagar al destino, a través de cualquier victima, cualquier travestuni.
Tarde vas uniendo los cabos sueltos y te vez victima. Y te das cuenta que no soportas las tetas, que no quieres mas el dolor de la dolores, y que en un baño encerrada con pestillo, prisionera, incapaz de huir, presa y torturada, cuando él te volvía a preguntar… ¿te gusta?… en el fondo te estaba amenazando con partirte la cara en dos, porque podía con un solo movimiento, en la quijada mojada de tanto llorar y suplicar que te dejara, tu cara tan frágil, con su brazo de gárgola, multiplicar millones de veces su fuerza y sacarte del Films… Después de horas del ritual de humanización del gárgola, ritual en el que se debía desangrar un cuerpo inocente para ofrendar a los dioses, como sortilegio, salido de su sopor de venganza; el monstruo, líquida, me toma y silenciosamente comienza a pedir perdón, llorando, y yo medio dormida, agotada de tanto sometimiento, ya casi sin nada de maquillaje, moribunda, recuerdo que algo le pedí a dios, pero no puedo estar segura de que fue….