Por Alejandra Matus / La Nación Domingo / 3 de Noviembre de 2002
La historia escondida del obispo Francisco José Cox y cómo algunos miembros de la jerarquía católica se resistieron a tomar medidas ante las denuncias de abusos sexuales que existían en su contra.
El sacerdote Manuel Hervia denunció hace diez años ante el obispo Alejandro Goic y ante el ex presidente de la Conferencia Episcopal, Carlos González, que sorprendió al arzobispo de La Serena, Francisco José Cox, en actitudes sexuales con un joven. Tres años más tarde, como no veía avances, se lo comunicó al entonces arzobispo Carlos Oviedo Cavada.
Hervia, según fuentes eclesiásticas que conocieron estos hechos, quería que los obispos contactaran a la Nunciatura, para que Roma enviara un visitador. Pero los obispos, en su oportunidad, le respondieron que la situación de Cox Huneeus era «conocida» en la comunidad Schoensttat, a la que pertenecía el arzobispo, y había que «esperar» para ver los resultados.
Cox fue director nacional del movimiento a fines de los 70. El actual superior general es el sacerdote Luis Ramírez.
Pero las medidas demoraron más de diez años y sólo se tomaron esta semana cuando el entorno del actual cardenal Errázuriz se enteró que La Nación Domingo preparaba este reportaje y La Tercera tenía información del tema.
En La Serena, el sacerdote Manuel Hervia rechaza referirse al tema. Abordado por La Nación Domingo, declinó hablar a sus denuncias o aportar cualquier antecedente. No obstante, un sacerdote en ejercicio, a petición de mantener su identidad bajo anonimato, reveló a este diario que el ex vicario Waldo Alcalde (ya fallecido) le contó sobre las gestiones de Hervia.
«Hervia fue a una cita en el arzobispado y se encontró con un joven que entró al despacho de Cox antes que él. Como tardaban demasiado y él tenía prisa, golpeó la puerta. Según lo que me dijo Alcalde, Hervia oyó carreras, puertas que se cerraban y Cox salió a abrirle con la ropa desabrochada, el rostro enrojecido y evidentemente excitado», contó la fuente.
Hervia relató estos hechos a Alcalde en busca de consejo. Alcalde, quien falleció hace unos años, le sugirió al acongojado sacerdote que hablara el asunto con «obispos amigos, pero que yo sepa, al menos en ese tiempo, no se hizo nada».
Hacia mediados de los años 90, la obsesiva inclinación sexual de Francisco José Cox hacia los jóvenes era un secreto tan conocido como bien guardado, en una ciudad con un clero de 27 miembros y 25 iglesias, que se jacta de haber dado al país dos cardenales y dos arzobispos de la plaza más importante del país: Santiago. Los arzobispados tienen una jerarquía superior a los obispados y La Serena es uno de los cinco de todo el país. El sacerdote escogido para dirigir esta diócesis es candidato seguro a cardenal. Demasiado notorio para pasar inadvertido.
Fernando Moraga, ex presidente del Colegio de Periodistas y ex subdirector del diario local El Día, cuenta que él conocía esta situación desde hace muchos años. Antes incluso que Cox, quien llegó a La Serena como obispo coadjutor de Bernardino Piñera, dejara la diócesis.
«Me consta que Piñera estaba preocupado. El quería pedirle al Papa que extendiera su mandato otros dos años, más allá de su expiración, pues temía tener que dejarle el puesto a Cox. En almuerzos con la dirección del diario, Piñera me expresó su aprensión por ‘las conductas de este hombre’. No las mencionaba directamente, pero todos sabíamos de qué hablaba. Piñera decía que él no iba a cambiar».
Moraga recuerda que una noche envió a uno de sus reporteros a entrevistar a Cox por un hecho urgente. «El periodista volvió pálido, choqueado. Me contó que al llegar al arzobispado encontró la puerta entreabierta y vio a Cox abrazado y besándose con un joven. A pesar del bochorno, Cox respondió a sus preguntas y en adelante tuvo un trato muy especial y deferente con mi periodista. Eso es lo mismo que hizo con una monja, Mariana Palma, que ahora trabaja en el Vaticano. Ella lo sorprendió y él respondió dándole una preferencia particular y ayudando a su hermana».
Según un ex funcionario laico que trabajó durante varias décadas en una alta posición en el arzobispado, esa religiosa atendió a un adolescente que salía del despacho de Cox llorando y quejándose de no poder caminar. «Monseñor le dijo que el joven se había caído, pero ella sabía que no era así», revela el ex funcionario a condición de anonimato.
Aunque diversos entrevistados sostienen que la conducta más abiertamente escandalosa de Cox comenzó al asumir la titularidad del arzobispado, en 1990, esta fuente revela que los hechos eran conocidos y evidentes desde que el obispo llegó, proveniente de Roma, en 1985, como segundo a bordo de Piñera.
«Sabíamos que venía castigado, porque a ningún obispo, desde un puesto tan alto en el Vaticano, lo mandan como segundón de un arzobispo. También me consta que Piñera lo tenía marcado al hueso. No lo dejaba hablar, lo increpaba en público. No lo dejaba respirar. Por eso, en ese tiempo, Cox se portó más o menos bien».
Pese a las reprimendas de su superior, Cox se las ingeniaba para que lo fueran a ver algunos jóvenes que tenían con él una amistad especial. «Yo, personalmente, lo veía saludarlos de beso en la boca. Recuerdo muy bien a un muchacho algo desgarbado, de larga cabellera, que llegaba aquí y lo maltrataba verbalmente. Su trato estaba muy lejos de ser el que se le da a un arzobispo. Él lo trataba de ‘gorda’ o ‘guatona’ y le pedía dinero. En mi presencia el muchacho le decía a Cox: ‘Oye, guatona descarada, ven pa’ cá’, y monseñor se ponía el dedo sobre la boca para pedirle que se quedara callado».
Según un ex sacerdote que fue seminarista en los tiempos que Cox estaba a cargo de la Diócesis y luego trabajó junto a él, ese joven desgarbado tenía antecedentes penales. «Venía del sur a verlo. Él lo alojaba y lo llevaba consigo en sus visitas pastorales», recuerda. Según este cura, hoy retirado, eran varios los jovencitos y seminaristas que tenían una amistad especial con el arzobispo. «Ellos lo hacían notar. Se portaban prepotentes con él. Le pedían dinero. Sin decirlo, hacían sentir el poder que tenían sobre él por los secretos que le conocían en la intimidad».
El padre Papán
Jorge del Solar, sobrino del cardenal Raúl Silva Henríquez, y emparentado con numerosos sacerdotes, conoció a Francisco José Cox desde la juventud y aunque abandonó el seminario para estudiar diseño en la Universidad de Chile, afirmó a La Nación Domingo que por los años 70 Cox era para él mucho más que un simple sacerdote. «El era un modelo de vida», dice.
Del Solar estudiaba en Chillán y «admiraba su liderazgo y carisma en el movimiento Schoensttatiano y en la comunidad».
Cox, conocido entonces como el padre «papán», era todavía un simple sacerdote y vivía en la casa Tabor de su comunidad religiosa. Allí también vivía Del Solar y recuerda la pasión que generaba en las comunidades de base la figura del sacerdote. «El tenía algo mágico, aglutinaba a las personas en torno suyo. En las fiestas religiosas la gente se acercaba para tocarlo. Yo nunca había visto algo así, pero lo nombraron obispo y creo que fue lo peor que le pudo haber pasado. Vivía en una soledad muy tremenda. Algo para lo que no preparan a los sacerdotes», cuenta.
El diseñador asegura que, a pesar que Cox era «de actitudes muy afectuosas, del abrazo fuerte», no vio conductas extrañas en él. «Fue un tremendo orgullo saber que había sido escogido para un puesto tan importante en Roma (fue nombrado a la cabeza del secretariado de la Comisión Pontificia para la Familia)», recuerda. Pero con el pasar de los años, Del Solar se enteró que había tenido problemas en Roma. «Se nos dijo que eran disputas de poder, pero ahora no lo puedo asegurar. Con el tiempo, también me enteré que hubo quejas en su contra en Chillán y en La Serena habría pagado con cheques del arzobispado los gastos de los muchachos con los que tenía relaciones», cuenta.
El diseñador confiesa que conocer todas estas revelaciones le ha dolido, porque tiene mucha estima por Cox. «Él se enteró que yo estaba enfermo con un cáncer terminal y cuando volvía de Roma se fue directo desde el aeropuerto al hospital y me regaló un cheque para ayudarme con los gastos médicos. Así de generoso era». Sin embargo, resalta su pesar con la jerarquía eclesiástica por no enfrentar la situación a tiempo.
«Recuerdo que a San Felipe una vez nos enviaron un cura que había tenido problemas por acusaciones de pedofilia (René Inostroza, cuando estaba a cargo de la Ciudad del Niño en Concepción). Yo le comenté esta situación a nuestro obispo Camilo Vial, a quien también conozco en el plano personal, y cuando le pedí explicaciones me dijo: ´Estos son los bueyes que tenemos y hay que arar con ellos'», confidencia Del Solar, quien todavía vive en esa localidad.
«La preocupación principal de la Iglesia es su imagen y no las víctimas o las hordas de feligreses que se están alejando de ella. Aquí vivimos en la cultura del silencio y del temor. Y la jerarquía ha sido la madre del ocultamiento», agrega.
Escándalo silenciado
En Roma, Cox coincidió con su compañero de curso y amigo desde la infancia, el actual Cardenal Francisco Javier Errázuriz. Cox fue formado bajo la lógica Schoensttat en su seminario en Friburgo, Suiza. La misión del movimiento era crear una nueva generación sacerdotal que reemplazara a los que habían dominado el Concilio Vaticano Segundo. Frente a la opción por los pobres, Schoenstatt proponía «la familia».
Pero por razones no del todo aclaradas, Cox fracasó en su paso por Roma y fue enviado como obispo coadjutor a La Serena, donde estuvo cinco años bajo la celosa mirada de Piñera. Al cumplir éste los 75 años, llegó el turno del schoenstattiano. Quienes fueron testigos de su trabajo pastoral, recuerdan que la impronta de Cox fue el desarrollo de trabajo con jóvenes. Organizó encuentros y creó incluso un preuniversitario. En lo doctrinal, puso el acento en las políticas pro familia, antiaborto y antipreservativos.
En paralelo, los rumores subían de tono, y algunos tomaban nota de las extrañas costumbres del sacerdote. Un cercano cuenta que Cox solía comerse las uñas compulsivamente y acumulaba montoncitos de ellas debajo su asiento.
«Desde que se hizo cargo del arzobispado, actuó con más desenfado. No le preocupaba estar en presencia de testigos cuando saludaba de besos en la boca a su corte de jóvenes predilectos», relata un ex sacerdote que trabajó bajo las órdenes de Cox en el edificio eclesial que ocupa un imponente lugar en la plaza de La Serena.
De acuerdo con este sacerdote, Cox ocupaba los dormitorios del arzobispado para alojar a sus visitas. Algunos eran jóvenes, preferentemente de escasos recursos, que nada tenían que ver con la vida pastoral. Pero otros eran seminaristas a los que visitaba directamente en el Seminario Mayor Santo Cura de Ars, con la anuencia del director de la casa formadora, Dixon Yáñez.
Un abogado de la ciudad recuerda un insólito antecedente: Juan Quiroga y Luis Carlos Robles, dos ex futbolistas de Deportes La Serena, el club local, se quejaron en su momento que cuando el obispo asistía a los partidos del equipo, se metía a los camarines y miraba a los jugadores «morbosamente». El profesional recuerda que ambos hicieron consultas para ver si podían tomar acciones legales, pero no existían argumentos que los ampararan.
Una feligresa y dirigente política, que pide mantener en reserva su nombre, sostiene que en una ocasión vio a Cox abrazar y manosear a un joven y desde entonces, los años 80, en varias ocasiones lo increpó por su conducta.
Lo mismo hizo en 1993 Carlos Bravo, un sacerdote que llegó a ser vicario en La Serena. Hastiado que la jerarquía le pusiera trabas a su trabajo en favor de los pobres y en conflicto con la obligación del celibato, Bravo decidió renunciar, no sin antes tener una franca conversación con el arzobispo. Según fuentes eclesiásticas, el ex vicario le enrostró, por primera vez en boca de un sacerdote, las cosas que decían de él los feligreses. Cox, sin admitir pecado, le concedió que tal vez había sido «descuidado» en sus expresiones de afecto y cercanía con la juventud.
Pero Bravo -quien ahora vive en Viña del Mar y, por su labor como sicólogo, prefiere mantener reserva sobre estos hechos- hizo otra cosa más: escribió una carta dirigida a todos los sacerdotes y religiosas de La Serena. En ella exponía las razones de su renuncia y, entre otras, hacía alusión a las conductas del arzobispo y de cómo éstas alentaban a otros sacerdotes, con las mismas inclinaciones y preferencias, a satisfacer sus apetitos con la tranquilidad de quien sabe que no será sancionado. En su carta, Bravo no mencionaba la palabra pedofilia, ni homosexualidad, pero todos los receptores entendieron su mensaje y aún recuerdan el remezón que produjo su partida.
Un ex sacerdote pone en cuestión las decisiones de la Iglesia, y los fundamentos que las inspiran. «Evidentemente hubo un grupo privilegiado en el tiempo de Cox. No es común que en un clero de apenas 27 sacerdotes haya siete con sospechas de conducta homosexual o pedofílica», relata. Según él, la jerarquía no trata la homosexualidad ni las actitudes pederastas como un «pecado», sino como «una debilidad». Las relaciones con mujeres, no obstante, son «consideradas una herejía y los sacerdotes que son sorprendidos o deciden dejar el sacerdocio para construir una familia son excomulgados y enviados fuera de la zona donde ejercían para evitar ‘el escándalo’. En cambio, en casos como el de Cox, son paseados por distintos puestos, como si con eso se borrara el problema».
La jaula de las locas
Con algo de resentimiento por la discriminación en contra de los sacerdotes heterosexuales, un prelado serenense cuenta que cada vez que viajaba a Santiago sus hermanos le preguntaban «¿cómo está la jaula de las locas?».
Era sabido que en los tiempos de Cox se presentaron otras denuncias por sacerdotes que vivían amancebados con hombres adultos o abusaban de su investidura para seducir adolescentes y niños, como el caso del párroco de Tierras Blancas, Nibaldo Escalante. Éste venía de Punta Arenas con denuncias por pederastia en su contra. Sin embargo, según un sacerdote que lo sorprendió acostado con un joven en la casa parroquial y denunció el hecho ante el propio Cox, éste no le prestó atención. «Me dijo que no había pruebas». Hoy, Escalante está con permiso «por enfermedad».
Lo mismo aseguró el entonces seremi de Justicia, Víctor Hugo Villarroel, a las familias que llegaron a plantearle quejas contra el arzobispo. Para presentar una denuncia legal se necesitan «pruebas» y, como no había evidencias físicas, los acusadores se desalentaron.
Acuerdos tácitos
La Nación Domingo entrevistó a las familias de dos seminaristas que dejaron su aspiración sacerdotal porque, según confiaron a su círculo más íntimo, Cox intentó abusar de ellos. P.S.F. está hoy casado y está decidido a no hablar más del asunto. Tampoco quiere hacerlo su madre, quien, sin embargo, descartó que se les haya compensado económicamente por guardar silencio.
Los padres de D.T. dijeron a este diario que nada sabían sobre esas versiones y su hijo nunca les contó nada parecido. Sin embargo, compañeros de promoción de ambos aseguran que los abusos ocurrieron y esa fue la causa de su retiro.
Antes de la llegada de Cox al arzobispado, el seminario mayor de La Serena atraía a unos 70 postulantes a la vida sacerdotal de todo el norte grande y chico del país. Hoy, apenas tiene 12.
«Hubo una enorme cantidad de deserciones en el seminario, pero también una gran cantidad de feligreses que dejaron de ir a la catedral», cuenta Moraga. «La gente prefería ir a las parroquias».
Un sacerdote retirado cuenta que hasta los trabajadores de la construcción le gritaban piropos al arzobispo en la calle.
La dirección del Movimiento no estuvo ajena al problema, sostienen conocedores de la situación de Cox en La Serena. Según éstos, apenas asumido en su cargo, le mandaron a Francisco García Huidobro «para que lo cuidara», pero no logró ponerle atajo.
Luego, en un acto inusitado, la jerarquía nombró a Manuel Donoso como su obispo coadjutor en 1996. Este ha reconocido públicamente que las denuncias en contra de su superior existían por lo menos desde mediados de los 90.
Sin embargo, todavía quedaba mucho para que Cox cumpliera 75 años y la Iglesia, en un acto inusual en un arzobispo que no ha cumplido la edad para retirarse y no ha sido ascendido, ni está enfermo, fue declarado «emérito», que es lo mismo que decir retirado, a los 62 años. Eso significa que no puede ejercer más labores pastorales.
En 1998 se le encargó la misión de organizar el jubileo y, después de un breve paso por Roma, se le envió a una función muy menor en Colombia, como obispo miembro de la Comisión Episcopal del Departamento de Laicos (Delai) del Consejo Episcopal Latinoamerican (CELAM). Cargo que, según fuentes eclesiásticas, se reserva para simples curas, pero no a arzobispos eméritos.
No obstante, el episcopado, respondiendo a consultas de La Nación Domingo hace poco más de un mes, manifestó que no pesaba ningún castigo, ni sanción en su contra y el puesto que desempeñaba Cox en Colomnbia era de gran jerarquía.
En La Serena, el periodista y escritor Fernando Moraga se enfrenta a la pregunta de por qué nunca su diario publicó una línea sobre las conductas de Cox. «La Iglesia es muy poderosa aquí. Tiene influencia social, política, económica. Fue dueña del único diario y cuando se lo vendió a una familia local, era tácito el acuerdo de no agresión. Es dueña del único canal de televisión y tiene una poderosa radio. No es que alguien nos presionara, es que ese no era un tema que cubriéramos».
Luego reflexiona un poco y agrega riendo: «Había 25 iglesias… y un solo diario».